martes, 26 de abril de 2011

Hace poco más de medio siglo ocurría otro vuelco de La Trochita a causa del viento

Sergio Sepiurka y Jorge Miglioli autores del libro “La Trochita. Un Viaje en el Tiempo y la Distancia en el Viejo Expreso Patagónico” nos recuerdan que el descarrilamiento del tren el pasado sábado a causa del viento no es el único accidente que se registra en la rica historia de esta reliquia universal que tenemos los esquelenses. Agradecemos el fragmento de este libro a Sergio Sepiurka que cuenta la historia de otro descarrilamiento a causa del viento en la zona de Ñorquinco hace ya medio siglo y las fotos que ilustran la nota del Profesor e historiador Jorge Oriola.


“EL DIA QUE EL VIENTO SE LLEVO AL TREN”

“Cada primavera desanuda en el desierto la furia del aire”, escribe Héctor Mendes en un cuento, y esta anécdota se trata justamente de eso; de la fuerza con que puede azotar el viento patagónico a los seres vivos, a los objetos inanimados, y también a esa especie de cruza entre ambos que resulta ser el trencito viajero de trocha angosta. El relato que sigue es de Rubén Reynoso, un ex maquinista de La Trochita que vive en Esquel, jubilado del ferrocarril. Hombre inquieto, siempre le gustó la fotografía y en este libro hemos reproducido varias de sus excelentes tomas. Hoy vende estas imágenes a los turistas y también hace finas artesanías en piedra. Cuenta Reynoso: “Yo entré en el ferrocarril en 1958. Un tiempo más tarde, ya en 1959, trabajaba en Ing. Jacobacci, haciendo la carrera de Conductor de Locomotoras.
Allí aprendíamos sobre arreglos, colocación de tuberías, limpieza de calderas y todo lo que tiene que ver con las locomotoras a vapor. En ese tiempo, con unos días de descanso acumulados, había aprovechado para hacerme un viaje hasta Esquel para visitar a mi familia. Una vez terminada mi licencia, volvía como pasajero en el trencito rumbo a Jacobacci, cuando sucedió lo que les cuento. “El viaje comenzó normalmente, con un día ventoso nomás, pero a eso estamos acostumbrados.
Luego de unas horas llegamos a El Maitén sin novedad, donde cambiamos locomotora para seguir hacia el norte. Mientras tanto, el viento seguía soplando fuerte y levantaba polvareda, pero en el pueblo con los árboles se sentía menos. Salimos nuevamente y unos kilómetros más adelante, pasando Ñorquinco, la cosa se puso fea; en la pampa abierta corrían ráfagas que hacían temblar el tren (después me dijeron que por momentos llegó a soplar casi a 200 km/hora). Al rato, cuando estábamos sobre un terraplén bastante alto, ofreciendo un gran flanco al ventarrón y para peor sobre una curva peraltada, de repente el tren se detuvo con un sacudón.
Yo viajaba en un vagón de primera clase, y me bajé enseguida del lado derecho para ver qué había pasado. Alcancé a ver que la locomotora Baldwin seguía sola y avanzaba lentamente hacia un corte en una loma, unos metros más adelante. Alejándome un poco, busqué unos matorrales para guarecerme del temporal, que arrojaba arena y pequeñas piedras contra mi cara. Me di cuenta que el primer vagón era una jaula de hacienda con techo, vacía. El viento seguramente se había embolsado en su interior, levantándola en vilo y desenganchándola de la locomotora. Por eso el sacudón. Ahora se hamacaba peligrosamente con las ráfagas, y de pronto comenzó a inclinarse hasta caer de costado, arrastrando uno a uno el resto de los vagones, que en pocos segundos quedaron todos volcados a la vera de la vía. Del furgón postal salió una gran nube de humo y ceniza que venía de la estufa, y el encargado del correo salió apresuradamente llevando un portafolios bajo el brazo; había rescatado los valores que transportaban allí adentro, y después me enteré que por eso le dieron una mención en el Correo.
Luego escuché un ruido de vidrios rotos y apareció una persona por la ventanilla del baño donde había quedado aprisionada. “Como el viento amenazaba con hacer rodar los vagones definitivamente hacia el fondo del terraplén, nos apuramos a bajar las valijas y equipajes de los pasajeros. Una señora que había cargado unas piedras de afilar en Leleque me insistía que se las encuentre, pero estar más tiempo cerca del tren era peligroso. Así llegamos al último coche, que había quedado en posición muy inestable. Con mucho cuidado nos asomamos para mirar y, con gran sorpresa, encontramos que adentro un vecino de Esquel, el Sr. Cañedo, junto con un amigo comían tranquilamente una lata de sardinas al reparo del temporal. “Cuando el guardatren dio aviso al Control de Trenes de El Maitén, allí no podían creer lo que estaban escuchando: ¡el viento había tumbado el tren entero y nadie se había lastimado! Como a las dos horas llegó el auxilio y con el resto de los pasajeros retornamos a El Maitén.
Desde allí arrancamos nuevamente hacia Jacobacci, ahora bajo una fuerte lluvia que se fue convirtiendo en nieve, y un rato más tarde pasamos a la vera del tren derrumbado. Como en este ferrocarril no hay guinches que pudieran trasladarse hasta allí, para volver a encarrilar los vagones tuvieron que esperar hasta que el tiempo mejorara y luego construir un desvío provisorio por el costado del terraplén, más abajo que ellos. Luego los terminaron de voltear hasta ponerlos sobre esas vías, y después los fueron remolcando de a uno hasta la vía principal.”

Fuente: El Chubut

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