domingo, 7 de septiembre de 2008

El tren a Miramar

La poesía que dejó en esa esquina
-¿Se va a salvar? -pregunté esa mañana.
-Puede ser, vamos a hacer todo lo posible -respondió.
(Pensé en lo inevitable)
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Era el menor de tres hermanos. Ellos lo cargaban con cariño, le decían: petiso. Él deseaba con todas sus fuerzas ser el más alto, respondía: “Ya van a ver, todavía me falta crecer”. Le gustaban las mañanitas del verano como a muchas personas.
Eso sí, a las 14.10 hs. no dejaba de ver pasar el tren a Miramar; “Debe ser lindo viajar, lástima que no puedo, ¿cómo será el mar?”
Le encantaba sentir la brisa de las tardes en la cara. Su felicidad era escuchar las risas de los niños que jugaban alrededor de él. Inocentes de todo. Llenos de alegría. Ansiaba las lluvias. En las noches azules contemplaba y contaba las estrellas.

Ese viernes tuvo un presentimiento...
De mañana aparecieron gentes que nunca había visto. Venían abriendo la tierra. “¿Para qué será?”, se interrogaba. “Habrá más como yo, ¡cómo se va a poblar el barrio!, ¡qué bueno!”. Sus hermanos lo miraban.
Parecían llorar.


A las 10.10 hs. un hacha le arranca un brazo. No puede gritar. Su sangre, su savia salta a la tierra.
Prepotente, un monstruo amarillo con corazón de hierro derriba a este joven. Pobre. Está solo. Los pájaros callan y la única voz que se escucha en este pueblo es un motor cargado de soberbia rugiendo: "los poderosos ganamos siempre".

Sus hermanos no podían defenderlo. Así quedó tirado al lado de una fosa. (¿Sería para él?).
En su agonía, vio pasar el tren por última vez: “¿cómo será el mar?”. Lloraba.
Yo saqué esta foto...
-¡Era un árbol nada más! -dijeron
-¡¿Por qué haces quilombo?! -gritó el arquitecto.
-¡Sos un maleducado! -un ingeniero me calificó.

-¿Por qué...? porque ese árbol me hacía recordar la fragilidad y la belleza de Marina, quien murió a los veintiuno.
Porque poseía el vigor y la luz de los que sueñan.
Porque tenía la ilusión de los jóvenes que hacen miles de proyectos.
Porque se vestía con el misterio de una mujer enamorada.
Porque no hablaba, pero siempre cantaba con el viento...
Porque otra voz fue acallada.

“¡Era un árbol nada más!”, sigue retumbando en el aire.
Siento que no lo defendí tanto como lo quiero.
Ahora entiendo lo fácil que es llenarse la boca diciendo: “somos ecologistas”, y la mentira al verlos.
Lo peor es que pasaron los días y su cadáver estuvo tirado en las calles Balbina Otamendi y Vuelta de Obligado, en un pueblo llamado Comandante Nicanor Otamendi de la provincia de Buenos Aires, Argentina.
Ojalá que la poesía que dejó en esa esquina no muera también. Ojalá que su alma que se fue a ver el mar subida al tren que pasó, acaricie el corazón de quien lee esto.
Y entonces ante lo ingrato, ante lo injusto te conmuevas.-

Comandante Nicanor Otamendi, marzo de 2003
Pablo Ángel Calvo
Trenes para argentina

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