La tarde está fresca pero soleada. La antigua locomotora 8512 bufa con sus 17 vagones cargados de carbón de coque sobre las vías, en la sede de América Latina Logística, una empresa que traslada este combustible de consumo industrial, tóxico y no apto para el uso en hogares, desde la destilería de YPF en Luján de Cuyo hasta Buenos Aires, donde se vende en las industrias que necesitan energía térmica. Estamos a punto de subirnos al tren del carbón, ese de la polémica, el mismo que en cada viaje soporta el asedio de decenas de jóvenes, algunos organizados, otros no, que aguardan a la vera de las vías el momento oportuno para subirse y sacar todo el carbón que sus ennegrecidas manos pueden arrojar al piso, antes de que los policías que custodian la formación los bajen, casi siempre en medio de piedrazos y discusiones.
El viaje hasta Coquimbito no dura mucho, menos de dos horas. Ya estamos listos y como en una película en blanco y negro, el tren se empieza a mover con su carga plena de coque y hollín, una materia que ennegrece la ropa y molesta en los ojos y la nariz. Dos maquinistas, y cinco policías en un vagón de custodia, representan toda la tripulación. Acompañamos al grupo el fotógrafo Pachy Reynoso y quien escribe esta crónica, con una pequeña filmadora de mano. La idea es ver allí mismo cómo es este viaje tenso, peligroso tanto para los que van en el tren como para los pibes que se suben a robar carbón tomando por asalto los vagones, por 70 pesos la bolsa de 20 kilos. -Han aprendido a parar el tren. Es muy fácil, de una patada cortan la llave de aire entre los vagones, cualquiera, y así frenan el tren para subirse. Ya la aprendieron…- cuenta uno de los policías que viaja como custodio. Algunos van uniformados y con cascos al estilo de Infantería. Pero no pueden llevar armas, ni siquiera con balas de goma. Se las prohibieron luego de que un policía matase a un chico de 14 años el 5 de mayo de 2006, en uno de los incidentes recordados en torno al tren del carbón. –Antes viajaban dos policías arriba del carbón, con escopetas. Pero hubo accidentes, descarrilamientos, y desde entonces vamos en el vagón de custodia…- amplía.
El de ayer fue el primer viaje en el tren del carbón luego de la muerte de David Jacob Moya (25), un joven que se cayó de la formación y fue literalmente partido al medio el martes último. Por eso, se respiraba un poco de tensión, sobre todo cuando pasamos cerca de la estación en la que murió el chico. Y por la repetición de los ataques –sucede todo el tiempo, sobre todo en esta época y cada vez que el tren sale, a veces diariamente- una discreta custodia de civil, en autos policiales sin identificaciones, se adelanta y va transmitiendo por radio las novedades del camino. Adentro del tren, tranquilidad y mate compartido con los maquinistas, hasta que llegamos a Perdriel. En el video de arriba, una colección de fotografías que muestran qué pasa con el tren del carbón en este viaje. Los incidentes. Un grupo de chicos logran frenar el tren y se suben a los vagones, muy cerca de los custodios.
Estamos en Perdriel, Luján de Cuyo. Bajo un tanque, se pueden ver prolijamente amontonadas bolsas de unos 20 kilos de carbón de coque, mientras los jóvenes esperan recolectar más. Algunos notan que hay periodistas y se suben los buzos para taparse las caras, al estilo piquetero. Otros, llevan barbijos para no respirar el coque. –Están organizados en cooperativas. Después lo venden a unos 70 pesos la bolsa. Es un carbón de alto poder de combustión pero muy tóxico. Lo utilizan fraguas, fundiciones, criaderos de pollos, los hornos de ladrillos, y hasta los agricultores para espantar la helada- cuenta uno de los que va en el tren y conoce esta parte del negocio. –Si lo usaran en la casa para calefaccionarse, tendríamos muertos todo el tiempo por asfixia…- agrega con convicción. La cantidad que logran robar los jóvenes cada vez es ínfima, en comparación con los 17 vagones cargados hasta arriba del preciado combustible, desecho de la Destilería que Repsol tiene en Luján.
Lo que se pierde, realmente, es tiempo. Cada parada del tren a causa de los jóvenes vándalos significa que la cadena comercial se atrasa, lo que para ALL, la empresa propietaria de la formación, es un problema. Y además, está el peligro, claro, tanto para los atacantes como para los policías.
Mientras uno de los jóvenes distrae a los custodios desde abajo (los ‘bardea’, más bien, con perdón del idioma) los otros “palean” carbón hacia abajo a mano limpia (ver video superior). Negros de coque desde las manos hasta la cabeza, los pibes –muchos de ellos, menores- realizan su tarea con frenesí hasta que los policías llegan hasta ellos corriendo una extraña maratón arriba del carbón, en una pirueta para la que hay que estar preparado. –No tenemos armas, ni da para golpearse… hay que decirles que se bajen… con algunos intercambiamos piedrazos…- cuenta uno de los policías, acostumbrado a hacer este viaje desde hace unos cinco años. Otro de ellos responde -utilizando el carbón como proyectil- las piedras que le llueven desde las casas del barrio. Finalmente el tren logró ponerse en marcha. Antes, el que parecía el jefe de la bandita le rogó a este periodista “…dale papá… dame tres piedras para calentar a mis hijos… qué te cuesta…”. Después, nos cuentan que estos jóvenes forman pequeñas unidades de “negocios” para vender el carbón.
Sin embargo, la mayoría de ellos, hay que decirlo, vive en condiciones pésimas. Para palpar la pobreza basta ver las villas en el Bajo Luján y en muchas zonas alrededor de las vías hasta Maipú, donde el paisaje de la pobreza se mezcla con la plenitud de los viñedos, ya en tareas culturales, y con la opulencia de algunos barrios privados. De repente, se siente un repiqueteo sobre la vieja locomotora modelo 1952. –Son piedras. En los barrios ‘pesados’ siempre pasa- dice uno de los custodios, explicando así los enrejados que recubren las ventanas de la máquina, y del vagón de custodia, tanto como la presencia de vidrios rotos. Kilómetros después, en la zona de Lunlunta, otro señala un barrio. –Desde allí nos tiran bombas molotov. Las hacen con lamparitas…- asegura. El resto del viaje es tranquilo. En la estación donde murió David Moya hace cinco días sólo hay rostros serios, alguna mirada torva, y no mucho más. Más adelante, otros pibes logran subirse al tren y bajar unos cuantos kilos de carbón. -El tren tiene que viajar custodiado sí o sí. Antes, paraban la formación y además de llevarse el carbón, asaltaban a los maquinistas. Los dejaban sin radio ni celulares…- dice uno de los policías, bien equipado para resistir los piedrazos. También cuenta que en ocasiones, mientras algunos saquean el tren, tres o cuatro les brindan “cobertura” desde abajo con potentes gomeras, de buen caucho argentino. Estas escenas suceden en cada viaje.
Sin embargo, casi no hay denuncias por estos casos. Fiscales de Luján y Maipú confirmaron que son muy pocas las actuaciones por estos robos. Incluso uno contó que llegó a tener apresados e imputados, pero que recuperaron inmediatamente su libertad. –Al final, suelen arreglarse entre ellos- dijo. Según los testimonios, son casi un centenar las familias que logran vivir del carbón de coque que le roban al tren. Esta es, entonces, una cara más de los muchos dramas sociales que vive Mendoza. –Por eso nadie hace nada… es una cuestión de pobreza también…- reconoce uno de los custodios, un grupo de cinco o seis que va rotando, y al que le avisan con pocas horas de anticipación el momento de la partida del tren del carbón. En verdad, lo que uno ve arriba de ese tren es de película. Como si la Argentina atrasara un poco más de un siglo. Desesperanzados llevándose el carbón, y policías tratando de que no lo hagan, en una lucha alentada desde abajo por los que recogen el combustible para embolsar.
Es un extraño catch en medio del hollín a varios metros de altura, sobre las vías heladas, donde unos pelean por sobrevivir a como de lugar, y los otros repiten cada día el esfuerzo estéril de impedir el saqueo, con la consigna de que el tren no pare, y de que no se maten más chicos por vender este carbón que les viene del cielo. Se acabó el viaje. Cuentan que hasta Palmira, donde enganchan otra formación duplicando casi el tamaño del tren, el viaje será tranquilo. Hasta la próxima vez, cuando los pibes del carbón y los policías del tren, se enreden en otra de esas luchas peligrosas, secuela de la Mendoza que se ve poco, la de la pobreza y la marginalidad, la que necesita que alguien -quien sea- tienda una mano para poder pelearla de frente, sin necesidad de arriesgar, sin necesidad de robar para llevar un peso a la familia.
Fuente: MDZOL
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