lunes, 6 de septiembre de 2010

Rosario tiene 15 villas a lo largo de las vías del ferrocarril

La convivencia entre las vías del ferrocarril y las familias que asentaron sus precarias viviendas a lo largo de los ramales no beneficia a nadie. Se trata de una realidad que se volvió a desnudar esta semana: Rosario tiene 15 asentamientos irregulares que están a la vera del tendido férreo en actividad por donde circulan a diario formaciones tanto de carga como de pasajeros.

El asalto en apenas 48 horas a dos convoyes de la empresa Nuevo Central Argentino (NCA) y un tercero de América Latina Logística (ALL) que viajaban en la zona sur mostró no sólo la existencia de un circuito de compra y venta del cereal robado, sino además una realidad de pobreza y de riesgo constante para quienes habitan a apenas unos metros del lugar por donde pasa el tren.

Los especialistas afirman que la coexistencia de viviendas y trenes es técnicamente reprobable e insegura; y los vecinos dicen que las ratas, la basura, las vibraciones, el ruido y el miedo a que el tren se vaya encima de las casas es “un castigo”.

Uno de los últimos relevamientos de los asentamientos irregulares de la ciudad fue realizado en 2005 por la Secretaría de Planeamiento de la Municipalidad a partir de fotografías satelitales. Ahí se determinó que de las más de 90 villas que tiene la ciudad, 15 están pegadas al ferrocarril (ver infografía).

De acuerdo a un informe realizado en 2008 por el Instituto de Investigaciones Económicas de la Facultad de Ciencias Económicas y Estadística de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), Rosario contaba en 2005 con más de 90 asentamientos irregulares que ocupaban más de 3,5 millones de metros cuadrados. Eso no sólo representaba el 2 por ciento de la superficie de la ciudad, sino además el 15 por ciento de su población.
De hecho, entre 1996 y 2005, la superficie ocupada por villas aumentó más de un 20 por ciento; y en cantidad de viviendas y de personas que habitan en esos asentamientos el crecimiento fue del 30 por ciento.

Imposible. Para los conocedores del funcionamiento del ferrocarril, la convivencia entre las precarias viviendas y el paso del tren es “técnica y definitivamente imposible”. Así lo manifestó Angel Ferrer, integrante de la Asociación Amigos del Riel de Rosario.

“Eso no pasa en ningún país del mundo donde el transporte ferroviario está debidamente organizado”, aseguró, y detalló que “la presencia de las casas casi sobre la vías primero representa un peligro inmenso para la vida de las personas que están allí, pero además genera dificultades en la operatividad del tráfico porque las compañías que operan pierden el control de esos terrenos”.

Los propios voceros de la empresa NCA señalaron que así como las rutas tienen banquinas, las vías del ferrocarril deberían respetar la llamada “zona de vía”, que es un mínimo de 12 metros de terrenos libres a cada lado del trayecto. Está claro que eso no sucede y acrecienta la cantidad de accidentes que van desde descarrilamientos hasta personas atropelladas por el tren.

Vivir sobre la vía. Rubén Carranza es desde hace dos décadas presidente de la Vecinal Barrio La Guardia, que está en Uriburu y España, a sólo tres cuadras del tendido donde ocurrieron los tres atracos a los trenes esta semana. “Las numerosas familias que viven en las precarias viviendas sobre el recorrido del tren suplican por una casa digna. Es lógico, nadie se merece pasar sus días entre yuyales, basura y en un estado de peligro latente”, contó.

Alicia vive en el asentamiento de barrio Las Delicias y no lo desmiente. Es mamá de cinco chicos y una de las personas que padece esta situación cotidianamente. “Nuestro miedo es que el tren se nos caiga encima y nos aplaste a todos. Y acá la rata más chica es de este tamaño (hace señas con las manos en paralelo). Las paredes se mueven, los chicos no duermen y los tenemos que cagar a palos para que no se nos escapen a jugar en la vía”, relató.

El sacerdote Edgardo Montaldo lleva 42 años viviendo en el empobrecido barrio Ludueña, atravesado por el ex Ferrocarril Mitre. Si bien dice que desde hace muchos años la fuerte presencia policial apaciguó los atracos a los trenes, los sucesos del barrio Las Delicias no lo sorprendieron.

“Es paradójico, esta gente que ahora se hace con el cereal de los vagones es la misma que trabajaba en los campos ricos del norte y que ahora vino desde esas provincias a vivir a nuestros basurales”, dijo.

La religiosa María Jordán es un referente del barrio Toba de Empalme Graneros desde hace 15 años. Recordó que cuando llegó a la zona lo llamaban directamente “el basural”; y hace poco tiempo junto a la comunidad toba lo bautizaron “Madre de la esperanza nam-qóm (de todos)”; un lugar donde según la monja conviven cada vez más “tobas, criollos y paraguayos”.

El centro asistencial del barrio está a unas cuadras del ferrocarril. Sin embargo, la mujer sabe qué significa vivir pegado a la vía y su definición sobre la situación de estas familias es por demás de elocuente: “Es casi infrahumano. Una pobreza continua”.

Fuente: La Capital

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