Según los proyectos anunciados, en 2009 debía volver a funcionar el tramo Buenos Aires - Bariloche, con intermedia en Bahía Blanca.
Pasaron más de cinco años desde que el presidente Néstor Kirchner anunció el relanzamiento de los trenes de pasajeros de larga distancia en el país. Sin embargo, poco y nada se ha hecho.
La realidad muestra que se trató de un golpe bajo a la ilusión de la gente, de un nuevo panfleto electoral ideado para explotar la nostalgia que el ferrocarril despierta entre los argentinos.
Y lo que es peor, la estafa tiene demasiados cómplices. No sólo en la administración que maneja el país desde 2003, sino también en el arco opositor, donde, salvo algunos reclamos aislados, nadie parece acordarse del tema.
Primero fue Néstor Kirchner el que anunció a los cuatro vientos la derogación del decreto firmado por Carlos Menem, en 1992, que había sellado la desaparición de los trenes de pasajeros.
Poco más tarde fue su secretario de Transporte, Ricardo Jaime, quien anticipó un acuerdo con España por 1.100 millones para la compra de trenes usados.
La inversión, según se dijo, iba a estar destinada a reforzar los servicios urbanos y suburbanos del área metropolitana, pero también a sostener la rehabilitación de los trenes de pasajeros al interior.
El primer objetivo fue concretado mínimamente y con escasos resultados, mientras que del segundo aún se esperan noticias.
Según el proyecto lanzado por el gobierno nacional, el año pasado debieron haber funcionado servicios entre la ciudad de Buenos Aires y Tucumán, Posadas, Mendoza y San Carlos de Bariloche; este último, con parada intermedia en nuestra ciudad y con velocidades superiores a los 100 kilómetros por hora. Sin embargo, la realidad está a la vista.
Ahora es la presidenta quien parece continuar con el estilo de saturar con anuncios los días previos a los comicios y después dejar que los temas se diluyan.
Pero los métodos propagandísticos se perfeccionaron, tal como quedó en evidencia luego de la inauguración del servicio entre Lincoln (provincia de Buenos Aires) y Realicó (La Pampa).
A mediados de junio de 2009 la jefa de Estado se comunicó por teleconferencia con las provincias de Chaco, Tucumán y Córdoba y con la ciudad bonaerense de Lincoln para anunciar nuevos servicios.
En Lincoln estuvo el gobernador Daniel Scioli para dejar reinaugurado el tramo entre ese centro urbano y Realicó, en La Pampa, que había sido desafectado hace más de 20 años.
El acto se cumplió con bombos y platillos, hasta con una murga que amenizó la jornada y todos los presentes aplaudieron ilusionados el paso de un coche motor de la empresa TBA. No obstante, la formación luego regresó a Buenos Aires y jamás volvió. Hasta ayer, según pudo constatar este diario, el servicio es inexistente.
Ese día también se anunciaron trenes regulares entre la capital tucumana y Tafí Viejo, y Senillosa (Neuquén) y Chichinales (Río Negro), actualmente suspendidos; mientras que otros servicios en Salta y Córdoba corren esporádicamente.
Para que resulten claras las dificultades que evidencia nuestro país para recuperar sus ferrocarriles, y para que los actos oficiales no confundan a la ciudadanía en tiempos de campaña, conviene señalar dos aspectos clave en cuanto a la reactivación ferroviaria nacional.
En primer término, y a diferencia de los trenes de carga, que al circular a menor velocidad requieren trabajos no tan costosos, los convoyes de pasajeros necesitan viajar a más de 80 kilómetros horarios para que puedan competir con el ómnibus, obligando a la renovación total de vías, durmientes y bases, en muchos tramos férreos del país.
A esto debe sumarse la necesaria puesta a punto de las máquinas y material remolcado, señalamiento y todo lo necesario para garantizar mayores condiciones de seguridad; sobre todo, en áreas urbanas y suburbanas.
Es decir, millonarias inversiones que en parte podrían ser costeadas con varios años sin propaganda oficial, mayor voluntad política y una sincera política ferroviaria.
Un medio de transporte que sigue en el corazón de la gente
Con excepción de los lunes y los sábados, las tardes en la Estación Sud comienzan cerca de las 19, momento en que su plataforma recibe a los pasajeros y sus afectos, convirtiéndose diariamente en un perfecto escenario para las despedidas y los reencuentros.
"En el pasado, los relojes de la ciudad se ponían en hora con el tren", recuerda Gabriel, sentado a una orilla del andén, mientras espera junto a su familia la próxima partida en la Estación Sud.
Las agujas de su reloj dejaron atrás las 19.40 y un cúmulo de gente se amontona sobre la plataforma de avenida Cerri al 900. Allí se despliegan los curiosos que quieren presenciar la partida del tren, los que despiden a sus afectos, los nuevos y los viejos usuarios.
Como suele suceder los domingos, cerca de 300 bahienses sacaron sus boletos que oscilan entre los 30 y los 66 pesos. Si bien la cantidad de pasajeros varía de acuerdo a la época del año y del día de la semana, los asientos llegan a agotarse al completar su recorrido por la zona.
Así lo asegura el maquinista Mario Constanza (45 años), quien agrega minutos antes de salir hacia Olavarría, que el servicio está lejos de perder su valor.
"El tren siempre tuvo un fin social y no de ganancia, lo que produce que hoy los boletos se lleguen a agotar en la zona.
"Los domingos, por ejemplo, su capacidad es equiparable a 20 colectivos (con 1.000 plazas disponibles) y su boleto es un 50 por ciento más económico", dice Mario, quien trabajó en la empresa hasta 1992, para regresar finalmente en 2004.
Que 20 años no es nada.
"Después de 20 años, este es mi segundo viaje en tren. Hasta hace poco mi situación económica era otra y podía darme el lujo de trasladarme en colectivo o en avión", dice María Elena Kahrs (46 años).
Desmotivada por la carcasa deteriorada del convoy, espera que algún día las inversiones apunten a un mejor mantenimiento.
"Se supone que en 20 años algo tendría que haber cambiado, pero los coches siguen igual. No espero un tren bala porque eso sería una utopía, pero sé que si la situación mejorara este sería el mejor medio de transporte para personas mayores y chicos, porque es el más seguro de todos", subraya.
"Viajar en tren representa una aventura, pero, lamentablemente, no se puede disfrutar del paisaje porque las ventanas están muy sucias y si se las abre es terrible la tierra y el hollín que entra", dice Marcela Díaz (38 años), que desde hace cuatro años viaja desde Villalonga a la ciudad para tomar el tren que se dirige a Plaza Constitución.
"Es mucha la gente de la zona que elige el servicio. Incluso hay turistas extranjeros que quieren conocerlo. Creo que es el único transporte que te brinda la libertad de circular por donde quieras, pagando un precio muy diferente al de otros", agrega.
A unos pocos metros, sentado en otro banco de la estación, Pablo González (22 años) espera paciente junto a su compañero de viaje.
"Como muchos, aprovecho el tren porque no hay otra opción. Es el medio más barato y, a pesar de que en el último viaje tardé 20 horas en llegar a Buenos Aires, lo sigo eligiendo", admite.
¡Chau tren!
Tanto Gabriel (46 años) como su mujer Valeria (40) utilizaron este transporte en su infancia y adolescencia. Ahora, a fuerza de anécdotas construyen una imagen de la estación muy distinta a la actual, para contarle a sus hijos Bárbara (10) y Diego (5).
"El sistema alguna vez mantuvo la puntualidad de los ingleses. Ahora quizá se rompa la máquina en medio de la nada y todos se quedan varados durante horas", cuenta Gabriel.
Sin embargo, ni él ni los padres de otras familias pueden con la fascinación por los trenes de los más chicos que, tal vez inspirados en dibujos animados o en su propia imaginación ven en la antigua, despintada y cansada locomotora un robot de fuerza incalculable que llega a empujar unos 12 vagones de 50 toneladas.
El final esperado.
El silbato del tren suena, anunciando a los pasajeros su inminente partida. Algunos, asomados a la ventana saludan incluso a los desconocidos que también agitan sus manos.
"La despedida tiene otra connotación cuando se trata del tren. Hay un contacto con los demás que en una estación de colectivos no se logra. Y éste es su encanto.
"De algún modo, con su paso, se lleva un montón de historias, sin discriminar y uniendo a los individuos con el afecto que surge en cada despedida", dice Patricia Tiboni (49 años) minutos después de lanzar besos al aire, despidiendo a su novio maquinista.
SOLEDAD LLOBET
Fuente: La nueva
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