En buena parte del país, el tren, los mismos y viejos trenes que
circulaban hace décadas son más que nada un montón de grandes recuerdos
cargados de nostalgia, donde los vagones que la gente espera demoran
años.
Es que la tan mentada reactivación lo fue para algunas provincias,
mientras en otras el tren dejó kilómetros de rieles abandonados,
estaciones usurpadas por gente con necesidades y un montón de sueños
truncos. Viajando al norte del país, casi en el límite de Córdoba con
Catamarca está un pueblito llamado Totoralejos que, creo, a esta altura
tiene apenas un puñado de habitantes. Lo que fue el tren y su escenario
son la mejor imagen de aquello que pasó y que nadie sabe si alguna vez
volverá a ser. Es que la estación del tren está invadida por los
médanos, los rieles sumergidos en una tierra salitrosa y una vida ligada
al tren que dejó a todos en banda. Porque si uno pregunta qué pasó, la
respuesta es única: se fueron y no van a volver. ¿Sabe qué? Cuando uno
se detiene y el silencio lo invade, respira abandono, tristeza, un
progreso que dejó de ser, crea imágenes de estaciones ruidosas, de gente
acalorada en viaje.
Siente que Totoralejos como muchos pueblos de este
país se quedaron sin quien los defienda, porque hasta sus propios
habitantes se fueron. Y con el tren se fue la gente, se fueron las
expectativas, se fueron planes y aspiraciones. El tren de pasajeros que
llegaba a mi pueblo también dejó de ir. Suenan proyectos, uno de los
cientos que hay en el país para reactivarlos. El tren dejó de llegar con
pasajeros que preferían el "pata de fierro" a los colectivos. Ni hablar
de aviones en esos pueblos, porque la vía aérea es lejana para ellos y
sólo la ven en algunos envíos. El tren dejó de llegar con los pasajeros
cabezas blancas por la tierra, porque no eran confortables hace décadas,
pero llegaban y la gente los quería. A la hora de elegir la gente
optaba por el tren. Y cuando el Estado dijo basta al tren, no sólo
dejaron de llegar los pasajeros, también las cargas, los envíos de
repuestos desde las ciudades grandes, las mercaderías para los almacenes
porque en ese tiempo no se hablaba de grandes mayoristas.
Dejaron de
llegar las revistas que una vez al mes servían para una lectura lenta.
Porque una revista se leía hasta que llegaba la otra. Se coleccionaban
aunque fueran de noticias viejas. Recuerdo que en la estación
descargaban paquetes de revistas para doña Pancha. De ahí, con lo poco
que podíamos, "El Tony", "Intervalo", "Nocturno", y de vez en cuando
"Billiken", iban a casa. "El Gráfico" sólo se compraba cuando Boca,
Racing o San Lorenzo salían campeones o cuando Reutemann tenía un
desempeño sobresaliente. También cuando estaba a punto de ganar y se
quedó sin combustible en casa compraron esa revista. Lo que faltaba en
el pueblo dejaba de faltar cuando el tren llegaba. Cuando Coca Cola
mandaba los álbumes al pueblo el distribuidor nos decía que llegaban en
el tren de los miércoles.
Y nos íbamos a la estación sólo para ver que
efectivamente el paquete estaba en el pueblo. Ni hablar de las pelotas
que venían como premios. Llegaban en grandes bolsas de red y ahí mismo
en el bullicio de la estación nos imaginábamos cuál nos tocaría si
completábamos el álbum del Mundial 1974. Claro, tal vez si vuelve el
tren no esperemos que lleguen las revistas de Buenos Aires. En todo caso
esperaremos el afecto, porque volverían con gente y la gente para unos u
otros es sinónimo de afectos.
En estos tiempos la tecnología acercó lo
que estaba lejos, incluso cuando se trata de afectos, pero en medios de
transporte nada pudo reemplazar al tren, ni siquiera la tecnología,
porque el tren llegaba a todos lados, incluso a donde ni quiera internet
pudo llegar hoy en día.
Fuente: Rio Negro
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