A pesar de las incomodidades, de lo que tarda, de todo... sigue teniendo su encanto, escribiendo la Historia y llevando a todos.
A las 19 Daniel Castro da vueltas por el andén. Tiene un saco negro y una camisa blanca abrochada hasta el último botón. Faltan 25 minutos para su primera intervención, pero él ya anda intranquilo.
A las 18.49 la máquina 9085 marca General Motors y los 5 vagones se habían ubicado para partir a Constitución, porque en la Estación Sud el tren no va a Buenos Aires, va a Constitución o a Plaza, como dicen los ferroviarios.
Los scouts de la Pequeña Obra del barrio Pedro Pico se forman después del grito de la guía y se ponen delante del vagón de Primera clase. Se sacan las últimas fotos, escuchan las últimas recomendaciones de los padres y empiezan a subir.
Castro --que trabaja en Informes-- mira el reloj por enésima vez. Está listo. Sus agujas le marcan las 19.30, agarra la cuerda y la da con todo a la campana. El guarda Andrés Andón pone la mano derecha al lado del silbato, para hacer eco, y da tres soplidos que aturden.
La parejita se da un último beso largo. El agarra el bolso y sube.
Ya son las 19.35, Castro hace su última puesta en escena: agarra otra vez la cuerda y da otros tres campanazos. Andón sopla fuerte tres veces el silbato, dice algo por el handy y da la orden de partida. El maquinista obediente arranca.
Un poco distraído me subo al vagón de la clase Turista. Ya voy a llegar hasta mi asiento 35 de Pullman.
Cruzo varios fuelles --esas uniones entre vagón y vagón casi al aire libre--, abro la penúltima puerta del tren y paso a un vagón distinto: los asientos de cuerina azul están casi impecables y no se percibe el frío.
Me siento un rato y veo que los dos de adelante comen sandwiches de jamón y queso, toman una enorme gaseosa de naranja, leen y completan una revista de crucigramas.
* * *
El guarda Andón no espera. A los 10 minutos de viaje abre la puerta y dice: "booleetoos". Agarra, mira, constata y marca. Como antes, como siempre. Andón tiene 58 años, un saco y un pantalón gris que le duraron bastante, una camisa entre roja y violeta y una corbata. Hace 35 años que está en el ferrocarril. Lo hizo entrar un primo de su padre y lo primero que hizo fue subir y bajar barreras en Liniers. Desde el 82 está arriba del tren pidiendo boletos.
--Voy hasta Olavarría, ahí cambia el guarda --dice Andón.
Se quedará en un alojamiento que le suministra el ferrocarril casi tres días y luego volverá a Bahía en donde tiene su casa.
De Bahía a Olavarría, Andón estará siempre despierto. Fumará, se sentará en todos los vagones, atenderá los pedidos de los pasajeros y estará atento a los colados.
--Si alguien no tiene boleto lo tengo que bajar en la próxima estación. Y hasta le puedo cobrar un 30% más del boleto. Esa es la multa.
Le faltan 7 años para jubilarse. Y ya piensa que va a extrañar esto de caminar y caminar hasta Olavarría.
--Bueno... te dejo porque tengo que seguir --me dice.
Agarra el handy, habla, escucha y vuelve a caminar de un lado a otro.
* * *
Me levanto por primera vez del asiento. Salgo del vagón de pullman, cruzo por el coche comedor. Hay un hombre entre morocho y canoso que habla bastante. Tiene puesto un traje negro, una camisa negra y una corbata negra. Al lado viaja un equipo de música en el que sonará casi siempre cumbia villera.
El vagón comedor está dividido entre las mesas y la cocina que deja un pasillito muy finito para seguir hasta el vagón de Primera. Cuesta un poco abrir la puerta. Cuesta saber si se abre para allá o para acá. Paso. No hay luz en Primera. Las voces de los pequeños scouts se escuchan desordenadas.
--Aguante el bicicross --dice uno de 10 años.
--No... aguante el fútbol --le contesta otro de la misma edad.
A esa altura dudo que las pilas de las linternas o las baterías de los celulares les aguanten para todo el fin de semana. Ya las prendieron y apagaron 1.500 veces.
Lo veo a Andón que controla los pasajes en medio de ese caos de gritos de chicos, mates que van de mano en mano, olores para todos los gustos, algún llanto de bebé y un poquito de frío. Una tarea a la que cualquiera hubiera desistido antes de empezarla. Andón debe estar acostumbrado: es capaz de agarrar un boleto para 8 pasajeros y saber en dónde está sentado cada uno con sólo levantar un poquito su linterna.
Luciano tiene 8 años y está contento a pesar de todo ese bochinche.
--Es la primera vez que viajo en tren --dice el boy scout.
--¿Y?
--La estoy pasando bárbaro. Me parece que vamos bastante rápido.
Levanto la vista y veo que en el vagón de Turista hay luz. Cruzo haciendo equilibrio por el fuelle lo más rápido que puedo para evitar el frío que entra por las puertas abiertas.
* * *
En la clase Turista hay luz, pero hace más frío. Por eso debe ser que todos llevan una frazada, alguna lo suficientemente larga como para cubrir los dos asientos que se enfrentan cuando los que viajan son familia o amigos.
Entre las familias está la de Ariana que le dice al abuelo: "mirá, mirá, la luna".
Ariana tiene sólo tres años. Va con su mamá Anabel y los abuelos Walter y Rosa.
--Tarda un poco, pero vamos cómodos --dice Walter.
Los viajes de esta familia entre Bahía y Buenos Aires son habituales. Si andan bien de plata comen en el coche comedor y si no, cargan en algún bolso tortas fritas, mate y galletitas.
--En colectivo con la nena ni locos... Acá se hace más llevadero... Charlamos un rato, dormimos, comemos... Para mí es mejor que el colectivo --dice Rosa.
Sigo caminando por la clase Turista y antes de llegar a la parte delantera del vagón que choca con la máquina veo a otra familia. El pibe de unos 15 años lleva en su falda un túper azul bastante grande. Adentro viajan unas 15 milanesas. Las reparte con su hermana y sus padres. Mamá saca de una bolsa unos felipes. Se arman los sandwiches y papá sirve la gaseosa gigante en vasos de plástico.
En el último asiento un hombre tapadísimo con una frazada marrón me pregunta si falta mucho para Cañuelas. Y la verdad que falta un rato. Un ratazo.
Miro la hora y ya son las 21:50. Ya pasaron 5 minutos de la hora que había pactado con el mozo para que me sirva la cena. Paso por al lado de las milanesas y me apuro. La familia ya está en la sobremesa y el pibe de 15 empezó a dormir.
* * *
Llego al coche comedor. El mozo me dice:
--¿Te sirvo?
--Dale.
Al rato aparece con una entradita de jamón, queso y ensalada rusa. Cuando la termine me traerá el pollo al horno con papas: el menú del día.
En la mesa de al lado la mujer de 40 ya empezó a fumar y, birome en mano, anota lo que ve en el catálogo de cremas y perfumes. En la mesa de atrás el joven de 30 cerró su computadora portátil y escribe.
No hay postre. Pido un café. El sabor es bueno, aunque un poco grande para tomarlo después de una cena: me lo sirven llenito-llenito en una taza de café con leche.
El personaje entre morocho y canoso que habla bastante y que tiene puesto un traje negro, una camisa negra y una corbata negra sigue hablando. Ahora la que escucha es una pareja, siempre y cuando la cumbia villera los deje.
Me quedo en silencio. Los boy scouts ya bajaron en Saldungaray. Sierra de la Ventana también quedó atrás después de casi tres horas de viaje.
Escucho al personaje entre morocho y canoso que tiene puesto un traje negro, una camisa negra y una corbata negra. Por momentos es interesante; por momentos, aburrido.
A las 12 me levanto y me voy a la división entre el coche comedor y Pullman para fumar un cigarrillo. Me encuentro a dos hombres que hacen lo mismo. No hablamos. Aunque no sé si es por el fuerte ruido a chapa o porque no nos conocemos. Termino el cigarrillo, voy al baño haciendo equilibrio, me lavo las manos y me voy a mi asiento 35 del primer coche Pullman. A ver si duermo un rato.
* * *
Aprovecho que no tengo nadie al lado y me tiro en los dos asientos: 35 y 36. Por mi ventanilla no se ve casi nada. Pongo el despertador del celular a las 5. Serán 3 horas de sueño. Cierro los ojos, no hay ruidos, no hay luces... Se puede dormir en el coche Pullman.
A las 3:30 me canso de dar vueltas. Justo cuando pasa el de los sandwiches y la bebida, bandeja en mano dice: "sandwiches, café, café con leche, café cortado". Me paro y me voy al segundo coche Pullman. Paso sin que nadie se despierte, aunque creo que el movimiento del tren me hizo pegarle a unos cuantos. Llego al final del tren. Miro por la ventanilla de la última puerta y alcanzo a divisar cómo vamos dejando atrás las vías, el pasto, los postes y todo lo demás. Enciendo un cigarrillo y pasa a ser la única luz de ese enorme vagón.
Entre pitada y pitada miro la oscuridad que entra por la ventanilla y pienso: "¿y si veo algo raro que se cruza por detrás del tren? ". Apago rápido el cigarrillo y me vuelvo a mi asiento después de cruzar un vagón y medio.
Me acuesto. No duermo, pero por lo menos acá somos algunos más. Y estamos todos juntos.
* * *
A las 5 suena el despertador. Lo apago y sigo un poco más. A las 6 me vuelvo a despertar, la bocina suena a lo lejos, pasamos por algún pueblo sin parar. Me desespero por saber dónde estamos, pero nunca voy a ver ningún cartel, ni ningún negocio que tenga el nombre del pueblo, nunca voy a saber dónde estamos. Me levanto. Voy al baño, me lavo la cara y enfilo para el coche comedor.
Ya hay olor a café y una bandeja tapada con un nylon repleta de medialunas. El mozo se me acerca y le pido.
--Un café con leche y dos medialunas.
Miro al costado y la mujer de la birome y los catálogos de perfumes y cremas sigue escribiendo. El joven de la computadora portátil también está ahí, aunque ya no escribe. Miro el reloj y constato que la hora pasó.
El personaje entre morocho y canoso que tiene puesto un traje negro, una camisa negra y una corbata negra sigue hablando. Ahora con Gun`s and Roses de fondo en el equipo en el que antes nos deleitamos con el Bombón asesino de Los Palmeras.
Al rato cae Belén. También pide un café con leche y medialunas, que para ella están un poco duras. Va hasta Buenos Aires a un retiro espiritual.
--De vez en cuando viajo en tren. Me gustaría que estuviera un poquito mejor... Está bueno... Y el precio ni se compara. La verdad que allá en el Pullman dormí bastante bien.
Toma su café con leche y termina una sola de las medialunas.
El nuevo guarda me pide mis boletos y antes de que se los dé el personaje entre morocho y canoso que tiene puesto un traje negro, una camisa negra y una corbata negra le dice: "él subió en Bahía".
El guarda que en Olavarría reemplazó a Andrés se llama Ariel Azambuya. Con él contamos las paradas y llegamos a 37. Y explica.
--En algunas sólo se para si hay gente esperando.
Ariel trabaja en el ferrocarril hace 5 años, anda por los 50 y tomó su primer tren a los 18 cuando fue desde Buenos Aires a Mar del Plata con unos amigos. Hoy, después de varios viajes, dice: "el tren tiene su misterio, su magia... lo que significa la llegada del tren a cada pueblo". Un nostálgico sin nostalgia.
--Ariel, ¿habrá alguna posibilidad de ir un rato en la máquina?
--Dejame ver.
* * *
Vuelvo a pasar por la Primera y sigo hasta Turista. Cuando abro la puerta dos chicos toman vino de una buena botella y ponen cada uno una oreja para escuchar música villera en un teléfono celular. También cantan.
Un poquito más allá alguien duerme tapadísimo con una frazada. Cuando paso veo que por debajo del sillón se escapan cuatro patas blancas. Paro y me doy cuenta de que el pibe duerme con un perrito que no pagó pasaje.
Vuelvo a ver qué me averiguó Ariel sobre la máquina. Ahí me entero de que en Cañuelas voy a poder viajar hasta Constitución junto al maquinista y su ayudante.
* * *
Cuando llego a Cañuelas bajo rápido. No hay mucho tiempo. Corro por el andén y me trepo a la máquina. El ayudante del maquinista me abre la puerta y arrancamos de vuelta.
Horacio García lleva 31 años arriba de la máquina: entró de aspirante, fue ayudante y después maquinista. La que maneja tiene más de 30 años. La llegó a poner a 120, pero ahora no la puede pasar de 90.
--Y... por los años que tiene y por las vías --dice.
Horacio no puede responderme muchas preguntas: está muy atento a su trabajo. La mano izquierda va siempre sobre el acelerador y el freno. Atiende los semáforos, los pasos a nivel y saluda a todos los compañeros que están abajo.
De repente la bocina suena más de lo habitual.
--¿Qué pasa? --le pregunto.
--Mirá, mirá...
Un coche le hace zig-zag a una barrera del Gran Buenos Aires peligrosamente cerca de la máquina.
--¿Lo frenabas? --le pregunto.
--Y...
--¿Y alguna vez se te tiró alguien?
--4 o 5 veces.
--¿Y?
--Hay que frenar, llamar a la policía, ir a declarar... Pero era ayudante cuando me pasó.
Horacio ya no habla más. Se pone contento.
--¡Cómo lo trajimos papá! --le grita a un compañero por la ventanilla.
Es que el tren llegó a una Constitución casi vacía el sábado a la mañana, 14 horas y 35 minutos después de dejar Bahía Blanca.
¡¡¡10 minutos antes del horario previsto!!!
Valores y varios asientos
El viaje entre Bahía Blanca y Buenos Aires tiene estos valores: 66 pesos en el coche Pullman (con capacidad para 52 personas), 50 en Primera (72 asientos) y 40 en Turista (103 ubicaciones).
"Paula ya llego..."
Hay varias advertencias dentro de los coches del tren que va a Buenos Aires:
* "Prohibido fumar"
* "Agua no apta para el consumo"
* "No viajar en el estribo"
* "No subir ni bajar del tren en movimiento"
* "Los asientos son giratorios pero está terminantemente prohibido colocarlos fuera de su alineación normal"
También hay literatura en los baños:
* "Maxi: vos te quedaste en casa y nosotros ahora nos vamos a Mar del Plata de vacaciones, ja, ja, ja".
* "Paula ya llego... y cómo nos vamos a amar".
* "Loco, acá se dejaron un muerto".
* "No quiero llegar. Acá conocí al amor de mi vida".
En lanueva.com
En la página web de "La Nueva Provincia" (www.lanueva.com) se puede observar un fotorreportaje de Sebastián Cortés titulado "885 minutos arriba de un tren" con fotografías del viaje Bahía Blanca-Buenos Aires y audio original.
Maximiliano Palou/"La Nueva Provincia"
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