viernes, 11 de septiembre de 2009

Un tren de maqueta

Amo los trenes, aquellos en los que navegó mi infancia atravesando este país largo, ancho y ajeno. Su traqueteo sobre los durmientes, el inconfundible aroma que los envuelve, su sortilegio de distancias.

Amo las estaciones donde se agolpan esperas y adioses, tristezas y alegrías. Me gusta deambular por ellas y, desde los andenes, mirar las vías en lontananza.

En Orán (Argelia), donde se desarrolla La Peste, de Camus, sus habitantes solían, en medio de la desesperanzada cuarentena, refugiarse en la estación y llegaban a olvidar que los trenes estaban inmovilizados por la peste y que no había arribos ni partidas.

Quizá por aquella nostalgia, este ferrourbano (casi un tren de maqueta) me trajo una inmensa alegría. Poder verlo entre nosotros me llenó de esperanzas. Ver renacer la estación de Alta Córdoba de entre el abandono y la rapiña, fue emocionante.

Pero curado de espanto no me sorprendió la noticia de que se estaba levantando todo... y tampoco la contranoticia de que todo volvía. Son hechos normales en éste nuestro país eternamente en pañales.

Los trenes representan una Argentina desbarrancada en los fracasos; son el rescoldo de un tiempo dichoso. Ojalá que este ferrourbano sea la semilla para que algún día aquéllos (Estrella del Norte, Cinta de Plata) retornen del olvido impiadoso al que miserables los arrojaron. Y podamos, como entonces, recorrer nuevamente nuestro territorio en ellos.

Fuente: La Voz

No hay comentarios:

Publicar un comentario