Esta ciudad, muy cerca de Colón, propone termas, cabalgatas por la campiña y muy buena mesa. Además, un encantador paseo al Palacio San José en un tren a vapor y la historia de los colonos. Precios y otros datos útiles.
La "Ciudad jardín" de Entre Ríos se lleva de maravillas con el sol, una presencia estable que resalta los colores fuertes de las flores posadas en los bulevares de Villa Elisa, a 20 km de Colón. El casco urbano es un sinfín de casas con cuidados jardines y espacios verdes con más y más plantas, que alcanzan su esplendor en primavera, en vísperas de la exposición «4Ferijardín. El entorno se presta para disfrutar de la campiña montados a caballo, practicar turismo rural, deleitarse con comida criolla, viajar por la historia hasta el Palacio San José a través de un tren a vapor y dejarse acariciar por aguas termales.
El perfume de las flores envuelve de entrada y corteja a los visitantes desde los canteros que bordean las calles. Es la delicada carta de presentación de los elisenses, camino al complejo termal, un reparo de tranquilidad y sonidos tenues a 4 km del casco urbano: seis piletas con aguas a 41 grados cargadas de sales, cloro, sodio y sulfato interrumpen el paisaje copado por plantaciones de soja y maíz. En cualquier rincón se trasluce la vocación por el mate y las picadas de salames, chorizos y quesos de indefinible sabor placentero. La mejor excusa para estirar las charlas con esta gente sencilla.
"El típico paisaje entrerriano no es de cuchillas (una pendiente suave y otra abrupta, y suelo rocoso) como en Uruguay, sino de lomadas, con dos pendientes suaves y basamento de arena con tierra negra", aclaran los campesinos, en una zona de barreales y cultivos de arroz rumbo a Colonia Hocker, 12 km al norte.
En Don Leandro, el almacén y bar de tragos fuertes del caserío fundado en 1885, sólo los gauchos del pago se salvan de caer tumbados después de vaciar un escuálido trago de caña. Aquí la picada con vino patero es un rito que entona el espíritu, especialmente si se la disfruta antes de cabalgar o pasear en carro.
Bajo un cielo perfecto
Todo sigue quieto poco más al norte, donde cuatro reposeras son regadas por los saltos del arroyo Mármol y una familia entera desata su felicidad recostada en la orilla. La atmósfera bucólica se extiende a la estancia Don Enrique, cuyas espigadas coníferas se contornean a 2 km de Villa Elisa. El lugar induce a participar de la yerra y el ordeñe, cabalgar, pescar, pasear en sulky, volanta o un auto antiguo, o sucumbir ante el seductor aroma de un asado. Pero nada se compara con la posibilidad de estirarse al anochecer sobre una hamaca paraguaya y dejarse deslumbrar por el cielo a pleno que exhibe completo su catálogo de estrellas.
Es domingo por la mañana y Villa Elisa vuelve a mostrarse espléndida en el tren de 1907 que se desliza a 20 km por hora. Sembradíos de soja, patos y teros metidos en pantanos, corrales de gallinas ponedoras, hornos ladrilleros y palmeras sueltas en la campiña que marcan los sitios donde hubo o aún se levanta una estancia se suceden más allá del vagón, donde sin ninguna pre meditación se establece una cálida comunión entre la veintena de pasajeros. El mate pasa de mano en mano y se entrecruzan animados comentarios que refieren a experiencias de viajes, asuntos personales y dramas nacionales. La trocha angosta de 36 kilómetros lleva de Villa Elisa al Palacio San José, la suntuosa residencia de Justo José de Urquiza desde 1859 hasta su asesinato veinte años más tarde. El trayecto parece un trámite rápido, pero el sabio oficio del maquinista Isauro Pirolla (con 40 años de empleado ferroviario) es determinante para que los dos vagones de madera tirados por una robusta locomotora negra no sean maltratados.
Ya antes de la salida, el viaje a constantes 25 kilómetros por hora se vislumbra un agradable paseo con mateada colectiva, que Rafael Pirolla —el hijo del conductor— comparte con sus 40 pasajeros. Además, el menor de los Pirolla se las arregla para vender los pasajes, guiar micrófono en mano y atender el quiosco.
Por lejos, el tren en marcha es el mayor logro que ostenta el Ferroclub Central. Isauro lo expresa de mil maneras, desde que apronta la caldera a minutos de la partida y se trepa a la máquina para entregarse mansamente a la demanda de fotos por parte de viajeros ansiosos por desandar la aventura. Finalmente, el maquinista perfora el silencio dominguero de Villa Elisa con un bocinazo sostenido y despide bocanadas de vapor sobre los campos de la zona productora de pollos parrilleros más importante del país.
La aptitud de esas tierras para la actividad agrícola y ganadera se adivina en el diseño de las estaciones Pronunciamiento y Primero de Mayo, que obreros polacos e ingleses parecen haber calcado de la estación Villa Elisa en 1905: enormes galpones de chapa con portones corredizos, concebidos para almacenar granos y transportar hacienda.
Por los pagos de Urquiza
El traqueteo del tren sin apuro se hace aún más lento en los 40 metros del puente Paso de Piedra, sobre un escuálido arroyo que hace un siglo y medio Urquiza ordenó embalsar para llevar agua a sus caballos y ganado.
Sólo una vez más la locomotora vuelve a correr con más displicencia, casi sin hacerse notar. El detalle se percibe en Pronunciamiento, donde se suceden los saludos con mano alzada y sonrisa franca de los vecinos —alineados en el fondo de las casas, entre fardos de pasto y ropa colgada— y el maquinista concilia la nostalgia con un gesto de optimismo.
En los vagones, a metros del micro que espera para completar los 4 km al palacio por un camino de tierra, los pasajeros se dejan llevar por la emoción y reservan otra mateada larga para la vuelta. Se demora el regreso a Villa Elisa, engalanada por poesías simples y auténticas. "Oros y azucenas pueblan mi ciudad, que un duende travieso me ha enseñado a amar", expresa Daiana Orcellet. Aymé Lodeyro va más allá: "Pasarán los veranos, primaveras, inviernos, y a mi ciudad le crecieron dos alas para volar el tiempo. Hoy, un duende le pinta campanas y silencios y en este sitio amado yo sueño". Por fortuna, aquí los sueños son un patrimonio que se comparte.
Fuente: Clarin
lunes, 17 de noviembre de 2008
Un encantador paseo en un tren histórico, de Villa Elisa al Palacio San José
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