sábado, 27 de octubre de 2012

Texto de ernesto tenembaum para diario digital info news


El trabajo tiene cerca de 900 páginas. Trata sobre un país oscuro, donde personas con mucho poder y una ambición descontrolada deciden robar plata aun a costa de que eso pueda ser la causa de una masacre. Finalmente, muere mucha gente. Trata también sobre la maldad humana. Cualquier persona buena que lo lea quedará perplejo ante los grados de crueldad que puede tener nuestra especie.

Así de sencillo.

Así de terrible.

El trabajo está firmado por un juez federal. El tema es, como se sabe, la tragedia de Once.

Y en uno de sus párrafos centrales, dice:

“Nunca se sabrá con certeza absoluta por qué el chapa número 16 corrió más de trescientos metros a casi 27 kilómetros por hora casi sin frenar y terminó chocando contra el paragolpe de la estación Once de Septiembre. Lo que sí se sabe es que Córdoba (el maquinista) estaba al comando de un tren sobrecargado de peso. Con un sistema de freno que si bien en las anteriores oportunidades había respondido, lo hacía con dificultad, carecía de dos compresores lo que hacía que la recuperación de presión demorara más tiempo que lo aconsejable por los estándares de prudencia y el manual del fabricante. Córdoba sólo tenía dos años de experiencia, conducía un tren viejo con un importante diferimiento en cuanto a su mantenimiento general. Este tribunal no puede afirmar que Marcos Córdoba no haya cometido algún error en esos críticos momentos, por inexperiencia, miedo o desconocimiento, lo que sí puede afirmar es que se le había encomendado a un joven de 26 años con dos de experiencia la vida y la seguridad de más de dos mil quinientas personas y se le había dado una herramienta vieja, corroída e insegura”.

En otro párrafo, el mismo trabajo, sobre el mismo país oscuro, sobre la maldad humana, detalla:
“Los directivos recurrían a diversas maniobras para hacerse con el dinero de los subsidios que TBA S.A. recibía del gobierno nacional para sostener el servicio ferroviario. Las diferentes líneas gerenciales gestionaban las líneas Mitre y Sarmiento siguiendo una premisa: gastar lo menos posible en ellas aun corriendo el riesgo de que se produzcan accidentes. Para cumplir con este objetivo, los gerentes de operaciones, material rodante, de la línea Sarmiento e incluso el jefe del taller Cautelar debían sostener el servicio haciendo correr las formaciones, incluso aquellas que sabían que presentaban desperfectos graves, con la mínima cantidad de recursos para ello”.

En los días posteriores a la tragedia de Once, cuando logró articular alguna palabra, el Gobierno atinó a defenderse con distintos argumentos. Se dijo que el tren estaba lleno gracias al modelo económico nacional y popular –eso se dijo, aunque usted no lo crea–, que uno de los problemas fue que el choque ocurrió en un día hábil y no en uno feriado, que la culpa es del sistema instalado en la década del noventa, que nadie invirtió tanto como este gobierno en trenes, que la historia recordará para bien el trabajo de Julio De Vido y Juan Pablo Schiavi –eso dijo De Vido, en tono admonitorio, indignado, vehemente–, que la culpa era del maquinista, que todo el mundo cuenta los muertos pero nadie habla de los muertos que no se producen gracias a todo lo que hizo el Gobierno, que los 40 millones de argentinos necesitan saber los nombres de los responsables.

Basta leer por arriba el trabajo del juez Claudio Bonadío para concluir rápidamente que todas esas excusas eran, por decirlo de manera complaciente, muy miserables.

A lo largo del abrumador texto judicial, se detalla en cambio que:

- Se derivaron no menos de 160 millones de pesos de subsidios hacia empresas controladas por el mismo grupo y que no prestaron ningún servicio.

- Con sólo la décima parte de eso se podrían haber comprado compresores de la mejor calidad internacional para instalar en todos los trenes y así se hubiera evitado ese y otros accidentes.

- Como no se invertía, porque se robaban la plata, no había trenes nuevos, no se reparaban los viejos, no andaban bien los frenos, ni los paragolpes, ni tampoco los vagones estaban construidos de tal manera de que uno no se monte sobre el otro, ni las barreras funcionaban.

- La misma empresa, en sus balances, había anunciado que, por seguridad, decidió bloquear las cabinas, una de las cuales fue la trampa mortal para Lucas Menghini Rey, porque no estaba bloqueada.

- Las alertas sobre lo que venía ocurriendo eran infinitas: informes de la Auditoría General de la Nación, informes y multas de la Comisión Nacional de Regulación de Transporte, explosiones de ira de los pasajeros, denuncias sindicales y periodísticas.

- Los funcionarios involucrados no controlaron nada de lo que ocurría, es decir, miraron para otro lado.

- Y todo eso terminó con 51 vidas y más de 600 personas heridas, muchas de las cuales quedarán dañadas para siempre.

Las conclusiones de la Justicia no tienen nada que ver con el relato oficial que, al principio, fue vergonzoso y, luego, directamente desapareció. Como bien dicen los familiares: hablan del 7D, pero se olvidaron del 22F.

Ni una bandera a media asta se atreven a poner cuando se cumple cada mes de aquella masacre. Ni un comunicado de Unidos y Organizados.

Y, mucho menos, un pedido de disculpas.

Nada.

Dice el texto: “La asociación ilícita organizada por los accionistas y directivos y gerentes actuantes en TBA S.A. generaron una ‘cadena de la felicidad’ destinada a enriquecer de manera ilícita y espuria a una serie de empresas vinculadas entre sí y finalmente destinadas a maximizar sus ganancias personales más allá de toda avaricia posible”. Y luego: “Este accionar sólo fue posible por la inacción parcial de los organismos de control y los funcionarios que con competencia administrativa específica en el área de transporte, no realizaron los controles que debían hacer sino que además, cuando estos detectaron anormalidades, omitieron actuar en consecuencia”.

La lectura del fallo remite una y otra vez a otras masacres ocurridas en la Argentina. Aviones que salen de cualquier manera y terminan estrellados, boliches donde se mete el doble o el triple de pibes de lo autorizado y terminan incendiados, funcionarios que –en todos los casos– miran para otro lado, una y otra vez, ante la avaricia criminal. En este caso, además, hubo tantas advertencias, de fuentes tan variadas, que todo se vuelve mucho más grave, y mucho más horrible.

Uno no puede menos que recordar, en este contexto, la reacción del Gobierno cada vez que la gente, desesperada, estallaba de furia: eran complots de Pino Solanas, decía Aníbal Fernández –el que se comparaba con Arturo Jauretche–, o del Partido Obrero, o de Quebracho o del Pollo Sobrero –a quien detuvieron en un operativo de denuncia en el que estuvieron involucrados desde Fernández, hasta Schiavi y la ministra Garré–.

Todos son complots, todos son golpes de Estado: las coartadas habituales para encubrir las miserias propias.

Ocho meses después, el Grupo Cirigliano sigue al mando de gran parte de las líneas de colectivos de la Capital Federal… ¡recibiendo subsidios del Gobierno! Y el ministro de Infraestructura, Julio De Vido, que era quien podía rescindir a tiempo la concesión, el jefe de los secretarios procesados, sigue en su puesto.

El discurso exculpatorio del poder es siempre parecido. Cuando estalla el escándalo de Sueños Compartidos, el Gobierno dice: vienen por las Madres, Schoklender fue un traidor. Pero hubo alguien que entregó 800 millones y no controló nada. ¿Era un tonto? ¿Era cómplice? Aquí ocurre lo mismo. ¿El culpable es sólo Cirigliano? ¿Nadie vio el desvío de fondos? ¿O pasó algo aún peor, en uno y otro caso?

Fue Schoklender, fue Eskenazi, fue Cirigliano, fue Duhalde.

La culpa, siempre, es de los otros.

El lunes pasado, un grupo de familiares de victimas de la tragedia de Once lanzó 51 globos negros al aire. Estaban solos. Es gente humilde. No son militantes. Y quizá por ello los artistas populares, los intelectuales y los periodistas que firman quincenalmente solicitadas oficialistas hayan decidido no acompañarlos.

Otros muertos tienen su nombre estampado en calles, estadios, rutas, escuelas, comedores, estaciones de ómnibus, rotondas, aeropuertos, represas.

Ellos no.

Así son las cosas.

Fuente: Infonews

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