jueves, 27 de mayo de 2010

Los fantasmas del tren

Se trata de la estación de trenes "Pie de Palo", que está en el corazón del pueblo del mismo nombre.



Los rieles y durmientes que están desvencijados son atravesados por arbustos secos, arrastrados por el viento. En el fondo, una vieja estación donde descansan 5 vagones, casi desmantelados. Se trata de la estación de trenes "Pie de Palo", que está en el corazón del pueblo del mismo nombre, en Caucete. Allí, en el caserío de mediados del siglo pasado, donde no hay más de 800 habitantes, el fantasma del tren que los hizo resurgir sigue latente, a pesar de que hace 4 meses ya no se escucha su silbato.

Casi nadie en el pueblo se acuerda de cuál fue la fecha exacta en que se fue el último tren. Actualmente, por las vías, sólo transitan algunos rebaños de cabras, bien temprano en la mañana rumbo al Este, y caída la tarde, de vuelta. Precisamente son ex ferroviarios algunos de los que adoptaron la profesión de criadores de cabras para sobrevivir luego de que el ferrocarril empezó a desaparecer, a mediados de los '90.

"Se extraña el silbato a lo lejos y la carrera de la gente a la estación. Es que la mayoría iba a vender tortitas y golosinas a los pasajeros que esperaban allí, mientras el tren se encarrilaba hacia Mendoza", comenta doña Blanca Ruarte, hija y esposa de ex ferroviarios. La estación Pie de Palo era el lugar donde los trenes que llegaban desde Córdoba hacían maniobras para empalmar el ramal que los llevaba hasta Mendoza.

Esas épocas de bonanza del ferrocarril, cuando la mitad de las 200 familias vivían del trabajo ferroviario, fueron no hace más de 20 años (actualmente sólo hay 5 obreros de la empresa Belgrano Cargas que hacen mantenimiento de vías). Silvia Quinteros, de 34 años, recuerda al dedillo esos momentos. "El pueblo era otro y hasta los cauceteros nos miraban de otra manera", dice haciendo referencia a la gente que vive en la cabecera del departamento, ubicada a escasos 5 kilómetros de allí.

En la vieja estación aún quedan recuerdos de aquellos buenos tiempos: una pequeña construcción de ladrillos, ahora casi destruida, donde funcionaba el quiosco. La campana que marcaba el arribo o partida de los trenes, sin el badajo, pero en perfecto estado de conservación. Y la galería de la estación, con su impecable piso de baldosas a colores. En ese edificio actualmente vive una familia de ex ferroviarios que por temor a que los echen, prefieren no hablar con ningún curioso; mucho menos si es periodista.

Para las fiestas de fin de año, los petardos y el brindis eran marcados por el infaltable silbato de la máquina del tren. "Hace unos 10 años, tuvimos que aprender a festejar la Navidad y el Año Nuevo de otra manera. Ahora escuchamos radio para que alguien nos marque cuándo son las doce", comenta Aurelia Flores.

Es tan importante el tren para los pobladores, que desde la unión vecinal trabajan en reconstruir la historia, apoyados en el surgimiento del ferrocarril. Algunos entrevistan a los viejos del pueblo y otros, filmadora al hombro, recorren los ramales herrumbrados tratando de encontrar testigos de ese tiempo que pasó.



Ramón Mercado / El ferroviario. Ramón Manuel Mercado tiene 65 años y a los 35 llegó a Pie de Palo, desde Bermejo, para convertirse en operario vial. El hombre terminó con las manos atrofiadas de tanto darle al martillo de 2 kilos, con el que hundía los remaches de los rieles en los durmientes. El 11 de marzo de 1994 le comunicaron que sus días como ferroviario habían terminado. Desde entonces tuvo que luchar, hasta el año pasado, para que le reconocieran una jubilación por incapacidad. "Mientras esperaba la jubilación, tuve que buscar otra cosa para vivir y gracias a Dios me hice de unas cabritas", dice el hombre, que vende chivos. Primero fue operario de vías y luego, por su problema en las manos, fue trasladado a guardabarrera, donde pasó sus últimos días de trabajo. Todas las mañanas, apenas aclara el día, el hombre lleva a pastar su rebaño. "Cada vez que voy y vengo por la vías -cuenta- me imagino que en cualquier momento voy a escuchar el silbato del tren, pero ya no se escucha. Y tal vez me muera sin volver a escucharlo".

Fuente: Diario Cuyo

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