El Sierras Grandes hacía sonar su silbato en la estación Retiro del ex ferrocarril General San Martín y empezaba la aventura. Hasta Villa Dolores, en Córdoba, había casi un día entero de viaje, pero era un placer completo. Las ventanillas iban dejando descubrir campos sembrados, ríos, lagunas, desiertos, montañas. La proximidad de algún pueblo generaba una expectativa enorme. Rufino, Vicuña Mackenna o Villa Mercedes aparecían y desaparecían del otro lado de la ventanilla. Todavía me sorprende la figura del Sierras Grandes corriendo por los territorios de la infancia. Los camarotes de madera; la atención de los mozos en el coche-comedor; la gente reunida en las estaciones para saludar el paso del tren son imágenes imborrables. No, el viaje en tren no era el tránsito hacia otro lugar y punto, no era un tiempo muerto; el viaje en tren era parte de las vacaciones. Y se convertía en una experiencia inolvidable.
Tal vez el secreto del encanto de los trenes esté en que proponen una forma distinta de trasladarse: contemplativa, serena, íntima. Todo viaje en tren es un acto de descubrimiento; una travesía en la que el viajero irá viendo llegar a su ventanilla otros pueblos, otros paisajes, otros cielos.
Haber conocido algunas regiones de la Argentina desde un tren es uno de los mejores recuerdos que tengo como viajero. También es, lamentablemente, un privilegio, porque aquella fenomenal red ferroviaria hoy es un escuálido dibujo. En los 90, los trenes fueron elegidos como la metáfora de todos los males argentinos. Y en pos de la modernidad, se cerraron ramales y con ello se condenó al olvido a centenares de pueblos. No hubo más gente reunida en las estaciones para recibir a esos trenes de hermosos nombres (Los Arrayanes, El Zonda, El Cóndor). Pero los problemas no se solucionaron por más que se levantaran miles y miles de kilómetros de vías. Hoy, esos trenes de larga distancia generan nostalgia y un cariño muy especial. Tal vez, porque los ferrocarriles encarnen la idea del progreso. Tal vez, porque encarnen una de las mejores metáforas de la felicidad.
Eduardo Diana.
Fuente: Suplemento Viajes Diario Clarin
Agradecimiento: Diego German Telesa
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