Días pasados, Los Andes volvió a hacerse eco del accionar de gente residente en las cercanías de las vías férreas, que a través de diversos artilugios provocan la detención o la marcha a mínima velocidad de las formaciones, con el objeto de proceder a robar lo transportado en los vagones, especialmente carbón de coque.
Los saqueos son permanentes y las denuncias de los directivos de la empresa se suceden, pero todo lleva a indicar que la solución al problema sigue lejana, porque a la policía no le queda otro camino que controlar, pero se encuentra imposibilitada de actuar, más aún después de aquel doloroso episodio en que perdió la vida un chico de 14 años de edad, al recibir un disparo en la abandonada estación de Perdriel, cuando se encontraba junto a otros adolescentes y vecinos del lugar robando carbón de coque de un tren.
Las estadísticas son más que inquietantes y, en la mayoría de los casos, los robos se producen en las mismas zonas de Luján y de Maipú.
De acuerdo con un informe de Los Andes del año pasado, en setiembre de 2000 se produjeron cuatro descarrilamientos en sólo una semana; en julio de 2001 hubo situaciones similares y dos hechos lamentables; en agosto de 2002 se produjo una verdadera batalla campal entre vecinos de una villa ubicada en la zona del Bajo Luján, que dejó a 18 policías heridos y en mayo de 2006 la muerte del chico y dos menores heridos de consideración.
El año pasado, los descarrilamientos provocados de trenes para robar carbón se sucedieron en ocho oportunidades, aún a pesar de que en cada una de las formaciones viajaba habitualmente una custodia integrada por cinco agentes policiales, mientras dos móviles la seguían de cerca. Y este año los hechos vuelven a sucederse.
Pero hay un aspecto que también debe ser considerado. Se trata de la modalidad y de la utilización que la gente que saquea los trenes le da al carbón de coque. El primero de los casos es preocupante porque -según pudo constatar un periodista de nuestro diario- la gente corta los conductos de frenos y al perder presión, automáticamente se detiene.
En los casos restantes, en horas de la noche suelen cruzar troncos en los rieles o aflojar los durmientes, lo que provoca que el maquinista, al observar la anomalía, detenga la marcha para evitar el descarrilamiento. Pero no siempre se logra el objetivo y a modo de ejemplo puede recordarse que, en junio, un tren descarriló en Maipú como consecuencia del sabotaje en los rieles.
Respecto del destino de lo robado, se aduce -con cierta dosis de certeza- que es utilizado para la calefacción de esas familias necesitadas económicamente. Pero también es cierto que en muchos de los casos el carbón de coque es vendido en un incipiente mercado negro en razón de que, al resistir temperaturas más altas, es fundamental para la industria siderúrgica.
Los hechos obligan a adoptar medidas tendientes a terminar con ese tipo de situaciones, antes de que se produzcan hechos lamentables no sólo para los vecinos -que suelen subirse a los trenes en movimiento para arrojar de allí los cascotes de carbón- sino también para los propios empleados ferroviarios.
A lo que deben sumarse las pérdidas económicas de la empresa concesionaria. Deberá actuarse con firmeza pero con prudencia para evitar que vuelvan a producirse hechos lamentables. De no ser así, de continuar la actual situación, no sería extraño que en algún momento deban lamentarse hechos que pudieron ser evitados.
Fuente: Los Andes.
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