Con esta descripción climática, tan frecuente en Santiago del Estero y en otras provincias del norte donde la canícula se vuelve insoportable, pero como estamos acostumbrados a los 45 grados en el verano, ni bien sopla una brisa de 30 grados nos parece que estamos en la Antártida, nuestro colega Oscar Taffetani, de la agencia de noticias Pelota de Trapo, ensaya una fina ironía sobre nuestra vinculación territorial con Chile, para no hablar de lo que ocurre con el ferrocarril fronteras adentro del país.
Algunos “periodistas” (las comillas son necesarias) han dicho que el corte de ruta en Arroyo Verde, debido al conflicto por la pastera UPM-Botnia, es “el más largo de la historia”. No es cierto. Sin ir más lejos, el corte del Ferrocarril Trasandino del Sur, a la altura de Zapala (Neuquén) ya lleva 114 años de olvido. Y a la altura de Lonquimay (IX Región de Chile), otro tanto. Explica Oscar que son unos pocos kilómetros de vía, de cada lado de la cordillera, pero nunca fueron construidos. Las disputas territoriales, los recelos mutuos y, sobre todo, los intereses del lobby naviero y automotor (que obliga a utilizar la ruta del Estrecho de Magallanes o bien el paso internacional del Cristo Redentor), son las poderosas razones que mantienen el “corte” de un corredor bioceánico que sería beneficioso para ambos países.
Ilustrándonos sobre nuestra propia y desconocida geografía, Taffetani explica que por el lado argentino, el Trasandino del Sur revitalizaría la Patagonia Norte, en un eje que une ciudades como Bahía Blanca, Viedma, Santa Rosa, General Roca, General Pico, Neuquén y Bariloche, dando salida al Pacífico a la producción cerealera del sur bonaerense y a la producción frutícola del valle del río Negro, entre otras facilidades. Por el lado chileno, significaría la definitiva integración de la región de la Araucania, conectando importantes ciudades como Talcahuano, Temuco, Concepción, Talca, Linares y Chillán, y posibilitando la llegada más directa y competitiva de los productos chilenos a los mercados europeos.
Pero además -como soñaba el incansable caminador y planificador de la Patagonia que fue Domingo Pronsato- (a quien recuerda patente), nuestro colega apunta que el corredor turístico bioceánico, utilizando el tren como medio privilegiado, permitiría a viajeros de todo el mundo (y, sobre todo, a turistas argentinos y chilenos), recorrer ese auténtico patrimonio intangible de la humanidad que es el bosque patagónico y que son los lagos del sur de América, con sus valles y sus cerros, sus nieves y atardeceres.
“Ahora, dejemos de soñar por un instante y saquemos una foto a este arduo presente que nos toca vivir: en el paso del Cristo Redentor, debido a las intensas nevadas (naturales en esta época del año), hay 1.500 camiones detenidos, e irán aumentando en los próximos días. El transporte marítimo y las corporaciones portuarias se aprovechan de la situación y cobran tarifas y tasas y comisiones que encarecen los precios de las materias primas, los alimentos y las mercaderías obligadas a cruzar por el extremo sur del continente.
“En materia de turismo, los destinos de la Patagonia -como nunca antes- están vedados a los bolsillos populares. Se acabaron aquellos viajes familiares por la ruta 40, aquellos mochileros que hacían “dedo” (auto-stop) y aquellos contingentes de estudiantes de distintas provincias y distintos niveles sociales que tenían la posibilidad, por lo menos, una vez en la vida, de conocer la atrapante belleza del sur cordillerano. Hoy el gran turismo hacia la Patagonia es turismo extranjero, a bordo de cruceros o de aviones que viajan sin escalas, punto a punto, con pasajeros VIP (no hay acrónimo más odioso que ése) y hoteles de tarifas inalcanzables para un estudiante, un empleado o un trabajador de cualquier clase”. Eso es -aclara- porque el tren público, el turismo social y la política estratégica para el desarrollo de la Patagonia son ahora sólo entelequias, palabras huecas que han perdido significado ante el arrollador avance del poder económico trasnacional y ante la corrupción y la quiebra moral de la mayor parte de la dirigencia, no sólo en la Argentina.
Lo que relata Taffetani es lo mismo que ocurre en el norte, donde el viejo tren que unía Salta con Antofagasta, en Chile, promoviendo el turismo y también el tráfico comercial a pequeña escala, está tan destartalado que nadie con dos dedos de frente se animaría a usarlo. Pero no es el único ni el más grave de comunicación ferroviaria que existe dentro del país. Para viajar de Tucumán a Buenos Aires en el viejo Estrella de Plata (ex línea Mitre, ahora concesionada), hace falta que se junten los vagones necesarios, revisar semanalmente el estado de las vías férreas y esperar que se programen los viajes, que los franquiciarios están obligados por contrato de concesión a que no sean menos de tres por semana.
Mis recuerdos me llevan a la infancia (y verificar que nada ha cambiado, pese a las ostentosas promesas del gobierno) y me hacen evocar que para viajar desde el ingenio azucarero San Martín del Tabacal hasta la ciudad de Salta (son apenas 350 kilómetros), había que abordar el popular cochemotor, que demoraba -como hoy- doce horas para cubrir esa traza y tener la suerte de no sentarse al lado de los que llevaban entre sus avíos cabras y gallinas y hasta lechoncitos, que por supuesto no pagaban boleto.
Según Taffetani, no es un secreto que la geografía de América del Sur se asemeja a una pirámide invertida (lo que quiere decir que la menor distancia entre el Atlántico y el Pacífico está en el sur, no en el norte). Tampoco es un secreto que los cordones andinos van perdiendo altura hacia el sur. En la zona de Laguna Frías, por ejemplo (Parque Nacional Nahuel Huapi), es posible pasar de la Argentina a Chile en una simple caminata. El Ferrocarril Trasandino del Sur es el que tiene menor altura sobre el nivel del mar (1.700 metros), con una pendiente que en ningún tramo supera el cuatro por ciento. La última vez que se presupuestó la obra (incluida en la planificación de IIRSA, a fin de siglo), contemplaba un costo total de 180 millones de dólares, para habilitar ese corredor bioceánico que fue postergado por más de un siglo.
Sin embargo, en el Tratado de Integración Física y Complementación Económica firmado por las presidentas Cristina Kirchner y Michelle Bachelet en 2009, los proyectos priorizados fueron el Túnel Internacional Paso de Agua Negra, en San Juan, (para facilitar los embarques de la depredadora empresa minera Pascua-Lama), como ocurre aquí en Santiago, Catamarca y Tucumán, con los trenes privilegiados de la megaminera La Alumbrera, que se apoderó de la traza del Ferrocarril Belgrano, y cuyas formaciones pasan diariamente hacia Rosario sin un minuto de demora; y la realización del Túnel de Baja Altura-Ferrocarril Trasandino Central, en Mendoza (con un presupuesto de 3.000 millones de dólares, aunque los túneles en la cordillera ya hayan sido construidos para la época del centenario).
Con propiedad, Taffetani explica que los pasos cordilleranos de la zona central son más altos, más difíciles, más costosos. Las pasteras, en su proceso de producción utilizando el cloro, contaminan el agua del mar (como pasó en Valdivia, Chile) y contaminan el agua de los ríos (como pasa en Gualeguaychú-Fray Bentos). La minería a cielo abierto (como Pascua-Lama) destruye el paisaje original, acaba con los glaciares cordilleranos y agota las reservas de agua potable en regiones desérticas, que necesitan el agua potable para desarrollar la vida humana. Todavía no hay opinólogo, ni experto en sentido común, ni “periodista” que le haya podido explicar a la gente -en Chile, en Uruguay, en la Argentina- cuál es el beneficio, cuál el bienestar o cuál la razón de bien común de esta política.
Un día le preguntaron al Mahatma Gandhi qué pensaba de la civilización occidental. “Es una buena idea”, respondió con ironía ese enorme dirigente. Si nos preguntaran en este momento qué pensamos del gobierno popular, de la Unasur, de la soberanía y la autodeterminación de los pueblos, estaríamos tentados de responder de la misma manera: son buenas ideas. O también, como expresaba con fino humor una viejita entrerriana: “Hace calor, pero está fresquito”.
Fuente: Diario Panorama
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