jueves, 26 de febrero de 2009

La gente del Anden

Este es el corazón del subte y es oscuro.

Todo está en silencio y todos miran hacia el mismo lado. Dos pantallas gigantes cubren una pared y en ellas se ve un entrazado de líneas, cruces, números y letras: parece el mapa de algo grande. El esqueleto de un animal antiguo. La red de subterráneos de la ciudad de Buenos Aires tiene, desde hace cuatro años, este Puesto Central de Operaciones (PCO): una matriz fresca, limpia y silenciosa donde puede verse —con sólo decodificar la información de las pantallas— si el servicio funciona normalmente, si se rompió algo, o si el calor, el tufo y el hacinamiento hicieron desmayar a un pasajero.
El subte tiene 647 vagones en servicio, 4.500 empleados, un millón cuatrocientos mil usuarios por día, calor, hedor, encierro, apretujones, pungas, marabuntas gremiales, apoyadas, polvo, amores, y suicidas más o menos exitosos. Pero todo esto, en el PCO, en este carozo tenue y bisbiseante, se reduce a unas rayitas que se mueven y articulan un lenguaje extraño. “Esto es un ámbito clave, que permite ver el subte en buena parte de su complejidad —explica Lucila Maldonado, Gerente de Comunicaciones y Relaciones Institucionales de Metrovías, la empresa concesionaria—. El subte involucra un engranaje mucho más sofisticado de lo que siempre se piensa. La intención siempre apunta a que todo salga perfecto, o que al menos se produzca la menor cantidad de errores posible”. “Perfecto” no es una palabra que, últimamente, los usuarios relacionen con la palabra “subte”. El aumento de la población urbana, la inversión insuficiente y un cuerpo de trabajadores que no teme usar las huelgas como principal herramienta de negociación, hacen que este medio de transporte viva al borde del colapso.

Los pasajeros se quejan de las condiciones desquiciantes en que viajan (principalmente en hora pico); buena parte de los empleados insiste en que se trata de un trabajo insalubre (algo que Metrovías desmiente categóricamente); abundan los paros sorpresivos y anunciados, y la tensión gremial entre los empleados y la Unión Tranviario Automotor (el sindicato que los aglutina) llegó a su punto máximo el 5 de febrero pasado, cuando una patota formada por presuntos miembros de la UTA entró a la estación Congreso de Tucumán (línea D) y lastimó –con piñas y pistolas— a cinco delegados del subte y un pasajero.
El episodio ocurrió en un momento clave: en esos días se realizaba un plebiscito donde se preguntaba a los trabajadores si estaban de acuerdo con formar un sindicato independiente por afuera de la UTA (una escisión que, de concretarse, impactaría directamente en la caja del gremio de transportes). El resultado, que se dio a conocer el 12 de febrero, fue contundente: la participación fue alta (votó el 88 por ciento del padrón total) y el 98,8 por ciento se manifestó a favor de una escisión. Como en el Ministerio de Trabajo desestiman este plebiscito, es seguro que en el futuro habrá nuevas huelgas que entorpezcan el funcionamiento del servicio. Eso significa que un millón seiscientas mil personas verán drásticamente afectada su movilidad dentro de la ciudad de Buenos Aires.

Fuente: Critica

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