lunes, 5 de mayo de 2008

Un regalo para los ricos

A la presidenta Cristina Fernández de Kirchner le gustan los accesorios muy caros y por ser dueña de un patrimonio abultado puede adquirirlos, pero por desgracia el país en su conjunto no está en condiciones de emularla. He aquí la razón por la que su voluntad de dotarlo de un tren bala que una la Capital Federal con Rosario y Córdoba ha merecido tantas críticas. Además del costo de construcción del proyecto, que alcanzará la friolera de 2.400 millones de euros, o sea, 12.000 millones de pesos, será necesario contabilizar el del mantenimiento. El que la inversión sea enorme no importaría demasiado si hubiera alguna posibilidad de recuperarla en un lapso razonable, pero sucede que no la hay. Según los cálculos iniciales, para viajar entre la Capital y Córdoba, un pasajero tendría que abonar por lo menos mil pesos. Puesto que escasean los dispuestos a pagar una tarifa tan alta, el Estado se vería obligado a elegir entre permitir que los trenes circulen casi vacíos y pagar subsidios cuantiosos. En otras palabras, lo que Cristina califica al firmar el contrato con el consorcio francés Veloxia, de "un salto a la modernidad, una cuestión absolutamente estratégica", no tiene ningún sentido económico.

Los trenes de alta velocidad que viajan a más de 300 kilómetros por hora apenas pueden ser viables en zonas densamente pobladas en o las que el ingreso per cápita es muy superior al de nuestro país. No los han construido en Estados Unidos, porque las empresas que podrían encargarse de ellos entienden que perderían mucho dinero, pero parece que Cristina siente tanto entusiasmo por la idea de que la Argentina lidere a América Latina en el rubro, que se ha negado a pensar en tales pormenores. Tampoco ha prestado atención la presidenta a las razones de quienes dicen que convendría más gastar miles de millones de dólares para mejorar la penosamente deficiente red que ya existe. Conforme a los especialistas en el tema, con el dinero que se gastará en el tren bala se podría renovar buena parte de los servicios ferroviarios cuyo estado actual es escandaloso, pero por tratarse de una alternativa que, a juicio de Cristina, está reñida con el "salto a la modernidad" que tiene en mente ha preferido rechazarla.

Puesto que la primera mandataria suele afirmar que resulta prioritario reducir la brecha que separa a la mayoría pobre de la minoría acomodada, su compromiso emotivo con un modo de transporte que sólo puede beneficiar a pocas personas es un tanto extraño. A su manera, el tren bala es el equivalente de un barrio cerrado provisto de todos los chiches tecnológicos deslumbrantes que podrían encontrarse en los lugares más opulentos de Estados Unidos, Europa o el Japón. Lejos de significar que un país tercermundista se haya acercado abruptamente a la modernidad, la construcción de dichos islotes de prosperidad en medio de un vasto mar de pobreza suele considerarse un síntoma típico del subdesarrollo, propio de sociedades en las que los miembros de la elite política, todos expertos en el uso de un lenguaje supuestamente progresista, están habituados a privilegiar sus propios intereses y caprichos.

Puede que haya sido injusto de parte de la Coalición Cívica de Elisa Carrió decir que el proyecto del tren bala es "un claro acto de corrupción" e insistir en que la modificación del esquema de financiación que se había anunciado "invalida el proceso licitatorio". Aunque por ser la corrupción endémica en el país es de prever que algunos funcionarios procuren aprovechar el proyecto para llenar sus propios bolsillos, parecería que los motivos de la presidenta tienen más que ver con su deseo de coronar su gestión con una obra impactante, cuando no "faraónica", y con la fascinación que sienten dirigentes populistas de su tipo -otro fue Carlos Menem- por lo que toman por símbolos del progreso material. No es malo que Cristina haya querido que la Argentina se ubique entre los países más avanzados en materia de transporte ferroviario, pero antes de correr hay que aprender a caminar. Si el servicio nacional de trenes ya funcionara de forma adecuada, podría justificarse un debate en torno del pro y el contra de suplementarlo con un tren bala, pero ocurre que su condición es desastrosa. Por lo tanto, la decisión de superponerle un sistema de última generación es absurda.

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