jueves, 23 de febrero de 2012

La desesperación por salvar a uno de los chiquitos del tren

Lo sacaron de las entrañas del tren agonizando. Los médicos lo intentaron todo pero colapsó en el hall de la estación. Tenía 7 años. La madeja de hierros retorcidos en los que se habían convertido los dos primeros vagones había empezado a ceder. De las entrañas del tren habían logrado escapar cientos de pasajeros y la carrera que los médicos del SAME y los bomberos corrían contrarreloj parecía ser menos frenética.



 Tres horas antes la estación de Once era un hormiguero que acababa de recibir un pisotón: los cientos de personas que viajaban en el tren se habían dispersado por el hall de la terminal ferroviaria. Heridos, desesperados, abandonaban como podían los vagones y se agolpaban en el andén 2, donde recibían la ayuda y contención de los médicos, bomberos y policías que iban de un lado a otro asistiendo, rescatando, despejando el camino para que entraran las camillas y los pasajeros pudieran ser llevados a los hospitales más cercanos. Pero ahora no. Los pasajeros heridos ya habían sido trasladados y en el lugar se veía menos movimiento. A lo lejos, detrás de las vallas puestas a la altura del tren se escuchaba el sonido de las sierras con que cortaban los fierros para liberar a las personas todavía atrapadas. De tanto en tanto el vallado cedía para dejar pasar una camilla con un herido que acaban de rescatar del tren. La sensación de quienes trabajábamos allí era que lo peor había pasado. Pero esa sensación se esfumó en apenas un instante, cuando la camilla en que un nene de siete años era sacado del andén a toda velocidad se estacionó en medio del hall. Lo rodeaba un enjambre de médicos, en cuyos rostros y en la premura de sus gestos se leía la desesperación. "Oxígeno", gritó uno de ellos y una milésima de segundo después el tubo estaba listo. "Vamos, vamos", rogaba otro médico que con masajes cardíacos intentaba reanimar al chiquito. Todo duró unos minutos, los médicos intentaron una y otra vez. No hubo caso. Los gritos dejaron paso al silencio y a los ojos derrotados. Una manta cubrió el pequeño cuerpo, que fue llevado a una ambulancia que partió sin urgencia. Casi no hubo tiempo para procesar lo que acabábamos de ver. Segundos más tarde lograron liberar a otras personas y el hall volvió a convertirse en una sala de emergencias. Sólo quedó la desolación y la tragedia, ahora sí en toda su dimensión.

Fuente: Clarin

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