miércoles, 22 de febrero de 2012

Crónica de la bronca y pesadilla que aún no terminó

Muchos pasajeros que estuvieron en el choque volvieron a la estación de Once para recuperar lo que habían perdido. Un clima tenso y angustiante en la terminal. “¿De qué está hablando este tipo? ¡Siempre lo mismo! ¡Se caga muriendo la gente pobre que viaja en estos trenes de mierda!”, grita un hombre de unos 35 años, pasajero regular de la línea Sarmiento, mientras el comisario Néstor Rodríguez, encargado del operativo de seguridad en el lugar, brinda una improvisada conferencia de prensa. En la terminal de Once se percibe la tensión. Varias personas que están a su alrededor lo aplauden y empiezan a gritar con él: “¡Ladrones! ¡Siempre lo mismo! ¡Son unos sinvergüenzas!”. No saben demasiado quién es el hombre al que insultan, pero parecen tener un objetivo en común: descargarse. “¡Corranse que no frena! ¡Cuidado que no frena!”, gritó Alfredo Velázquez a las personas que estaban en el andén con él y esperaban el tren que luego chocó y dejó un saldo de por lo menos 49 muertos. 8:28. Reconoce la hora exacta porque había mirado el reloj para saber si llegaba tarde al trabajo. “Pude agarrar sólo a las personas de adelante. Los de atrás estaban aplastados y gritaban. Sólo los podía escuchar”, dice. Todavía le tiemblan las manos, mientras sostiene los celulares que los periodistas le ponen en la oreja. Pasaron algunas horas del choque del tren pero la situación en la estación de Once no se calmó. Los policías dudan. No saben si permitir el ingreso de la gente. Por momentos la terminal está vacía, ocupada sólo por periodistas y responsables de trabajar en el lugar, pero rápidamente vuelve a llenarse. Cinco bomberos salen de la zona del andén, cubierta por una lona azul de la Policía Federal para que no se pueda ver el tren destrozado. Miran al piso y parecen cansados, tras más de cinco horas en los que cortaron fierros y sacaron gente atrapada. “Fue un trabajazo enorme. Fue terrible”, dice uno. Ellos, los médicos y los policías tienen la orden de no hablar con nadie.
Fuera de la estación, las calles están cortadas y todavía hay mucho movimiento de ambulancias y patrulleros. David Morina le grita a un policía. Estaba en el segundo vagón del tren, uno de los más perjudicados en el choque, pero sólo tiene un raspón en la cara. Fue al hospital Durand y volvió a la estación. Le dieron un papel que dice “demora por accidente”. Llamó a la ART y le dijeron que no servía como justificativo de que haya estado en el lugar. Trabaja en una joyería, a dos cuadras de la estación. Es uno de muchos otros que necesita que alguien lo ayude, pero el policía no sabe qué contestarle. En la zona de informes de TBA, dice, no lo quieren atender. Rodrigo Zubizarreta, de 31 años, iba en uno de los últimos vagones con su carro en el que vende plásticos en la Avenida Rivadavia y Catamarca. Le llamó la atención que el tren frenara en la estación de Ramos y Floresta, cuando el servicio rápido y reducido tenía que hacer sin parar el tramo Liniers-Flores. Recuerda el choque: “Todos gritaban, nadie ayudaba. Se escuchó un estruendo y se movió el piso. Salí como pude y arrastré a mi hermano”. Está shockeado. No puede mantenerse quieto y escupe al piso cada dos o tres oraciones. No pudo volver a su casa a descansar. Es otra de las personas que estuvo en el tren y volvió a la estación, después de ir al hospital, con la intención de recuperar algo que le había quedado (documentos, elementos de trabajo o una bicicleta). “Todavía tengo mis cosas del laburo en el tren y estoy esperando que me las devuelvan. Tengo que pagar la mercadería”, dice. Admite que mañana tendrá que volver a subirse al mismo tren y que tiene miedo. Cagazo, lo llama él. “Estoy obligado a esto. No me queda otra. Es lo más barato y me deja a una cuadra de donde trabajo”, agrega. Para él, como para muchos otros, la pesadilla no terminó.


Fuente : TN

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